EL VAGON AMARILLO

viernes, 7 de marzo de 2014

Capítulo 5 de la novela “Mujer con rosa en el pubis”.


Por supuesto que en el origen de todo aquel tejemaneje estaba la presencia o más bien la esencia de Tina Modotti. No será el primero, pero es el más remoto antecedente de que tengo memoria. Mi tío el coronel Durán López la adoraba. No es que adorase sus fotografías y su historia, o su leyenda, sino que la adoraba a ella, palmariamente. Un contrasentido, si se miran las cosas desde el ángulo plano. Porque cuando la Modotti se murió de repente dentro de un taxi, en Ciudad de México, allá por enero de 1942, mi tío tendría unos quince años de edad más o menos. Eso sin contar que para entonces ella era ya punto menos que piltrafa, un ánima en hueso y pellejo, a pesar de que no habría cumplido 47 años. Según lo poco que he leído, y lo mucho que le oí contar al coronel (equivalente a menos de lo poco que he leído), en sus buenos días Tina Modotti fue muy hermosa, “un joyel de trigueña –solía decirme él-, de baja estatura pero con todas sus líneas como hechas a mano por algún genial orfebre que aspirase a la perfección. Los hombres se enamoraban de ella con sólo mirarla, y ella se enamoraba de la manera en que la miraban los hombres”. Son palabras textuales de mi tío el coronel, o más de una vez las escuché salir de su boca, aunque desconozco si eran originalmente suyas. En cualquier caso, no me convencen del todo las escasas descripciones de Tina que conozco. La fábula sobre su belleza exótica, gitana con pinta de loba de ojos caídos y largas pestañas, al estilo de Josef von Sternberg, no encaja satisfactoriamente en mi modelo. Pero tal vez la idealizo, ya que se parecía tanto a mi madre. En lo físico quiero decir. Y ninguna menos indicada que mi madre para remitirnos al glamour de cejas puntiagudas y carrilitos acorazonados en los labios. Aunque si se trata de glamour, más me complace, y me persuade, la comparación con Vera Jolodnaia, aquella exquisita heroína del viejo cine ruso, que era naturalmente hermosa y naturalmente trágica, igual que Tina y que mi madre. A propósito, cuentan que Vera Jolodnaia murió envenenada por el aroma de un ramo de lilas que le obsequiara uno de sus amantes, cuando tenía sólo 22 años. Final a la carta, el que mejor le encaja a su leyenda. Y también es la única diferencia que percibo entre esa bella dama y las otras dos. Pero no hay que estar demasiado seguro.

De hecho, el coronel Durán López solía jurar en mi presencia que aquella que murió dentro de un taxi en Ciudad de México no era Tina Modotti, sino una impostora que ocupó su identidad por orden del Socorro Rojo Internacional, organización creo que terrorista a la que ella había servido durante muchos años como agente secreta. La falsa Tina, según mi tío, anduvo borrando pistas por Europa durante diez años, aproximadamente. En tanto, la verdadera vino a vivir furtivamente en Cuba, haciéndose pasar por institutriz al servicio de la alta burguesía habanera, bajo el nombre espurio pero refrescante y límpido de Aurora Barrios. Juraba el coronel –y hubo temporadas en que lo juraba a diario- que así fue como llegó a conocer personalmente a Tina Modotti, alias Aurora Barrios, hacia mediados de la década de los 40, fecha en la que ella habría empezado a peinar canas, en tanto él apenas se adentraba en la hombría. A mí que nadie me lo crea. No soy sino un testaferro. Es la historia de mi tío, el coronel Lorenzo Durán López, delineada por su mano, con inmundicias y con sangre. 

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