Cuando vinieron a buscar a los impertinentes, pude
escapar a tiempo y me fui lejos.
Pero entonces fueron allá a buscar a los que se
escondían por cualquier razón y no me quedó más remedio que lanzarme desde una
alta ventana. Aunque me rompí la pierna izquierda, tuve suerte durante un
tiempo.
Entonces vinieron a buscar a los no colaboradores y,
como llegaron con tanto estruendo, pude esconderme, cojeando, y como nadie me
vio sobreviví otra vez.
Luego de unas semanas vinieron en busca de los que no
mostraban suficiente entusiasmo y, siempre cojeando, con toda la prisa de que
fui capaz, me oculté entre gente que no me delataría.
Y fue entonces cuando comenzó la gran redada de los
fugitivos y, en mi apresurada fuga, me arrojé al vacío desde otra alta ventana
y me rompí la pierna derecha.
Durante mucho tiempo, oculto, esperé a que sanaran mis
piernas, pero me resultaba imposible dar más que dos o tres pasos sin sujetarme
de algo o de alguien. Vivir se había convertido en una hazaña que no estaba
dispuesto a continuar eternamente.
Por fortuna para mí, una madrugada, como ya no
quedaban muchos por capturar, vinieron en busca de los cojos y no tuve siquiera
que levantarme de la cama. Lo peor fue que de pronto, para simpatizar con mis
captores, me sumergí en laberínticas explicaciones de todas mis fugas
anteriores.
Pero ninguno de ellos perdió ni un minuto en
escucharme.
Ernesto Santana
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