EL VAGON AMARILLO

sábado, 1 de marzo de 2014

LA CACERIA PERMANENTE

    Cuando vinieron a buscar a los impertinentes, pude escapar a tiempo y me fui lejos.
Pero entonces fueron allá a buscar a los que se escondían por cualquier razón y no me quedó más remedio que lanzarme desde una alta ventana. Aunque me rompí la pierna izquierda, tuve suerte durante un tiempo.
Entonces vinieron a buscar a los no colaboradores y, como llegaron con tanto estruendo, pude esconderme, cojeando, y como nadie me vio sobreviví otra vez.
Luego de unas semanas vinieron en busca de los que no mostraban suficiente entusiasmo y, siempre cojeando, con toda la prisa de que fui capaz, me oculté entre gente que no me delataría.
Y fue entonces cuando comenzó la gran redada de los fugitivos y, en mi apresurada fuga, me arrojé al vacío desde otra alta ventana y me rompí la pierna derecha.
Durante mucho tiempo, oculto, esperé a que sanaran mis piernas, pero me resultaba imposible dar más que dos o tres pasos sin sujetarme de algo o de alguien. Vivir se había convertido en una hazaña que no estaba dispuesto a continuar eternamente.
Por fortuna para mí, una madrugada, como ya no quedaban muchos por capturar, vinieron en busca de los cojos y no tuve siquiera que levantarme de la cama. Lo peor fue que de pronto, para simpatizar con mis captores, me sumergí en laberínticas explicaciones de todas mis fugas anteriores.
Pero ninguno de ellos perdió ni un minuto en escucharme.

Ernesto Santana


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