EL VAGON AMARILLO

lunes, 28 de abril de 2014

Totalitarismo en adopción

(TOMADO DE CUBANET)

García Márquez simboliza el sector de la izquierda latinoamericana que lamentó la caída del comunismo y continúa defendiendo la imagen de Fidel Castro

viernes, abril 25, 2014 |  |  


Gabriel García Márquez_internet
Gabriel García Márquez_internet

NEVANDO EN EL TUGURIO


Los barrigones no debieran usar guayabera. Se perjudican recíprocamente: la guayabera luce menos guayabera y más sotana al cubrirlos, en tanto el barrigón luce menos distinguido cuanto más resalta como un barrigón dentro de una guayabera. Si los jefes en Cuba tuviesen una pizca de sentido común, no habrían declarado a la guayabera como prenda oficial para ceremonias diplomáticas o de Estado. Es una especie de magnicidio que se auto-infligen, dado que en nada se parecen tanto entre sí como en lo que son, más en lo típicamente abultado de sus vientres.  Cuando un dirigente no es aquí barrigón, debe resultar sospechoso para los otros dirigentes, a la vez que resulta demasiado poco creíble para la gente de a pie. Así como allende los mares suele ser tomada como un síntoma de poca salud o de mal gusto, la gran barriga constituye en nuestra isla credencial inequívoca de poder. Luego del asombroso parecido que guardan todos nuestros caciques entre ellos mismos, nadie es más parecido físicamente a uno de ellos que un bisnero con éxito, de esos a los que ahora llamamos nuevos ricos, es decir, pobres bandidos a los que parece sobrarles el dinero en igual proporción en que les faltan escrúpulos. Como no me conviene describir al detalle la suma de sus puntos convergentes, digamos que si nos plantan delante, desnudos, a un dirigente y a un nuevo rico, no sabríamos determinar cuál es el cuál. Son dos barrigas como dos yemas del mismo óvulo. Pero tan pronto se arropan, resultan distinguibles desde lejos. El dirigente lleva guayabera. Y el nuevo rico, bermudas, gafas y gorra de los Yankees.
Quizá el primer objetivo de ese decreto que hoy obliga a nuestros caciques a vestir de guayabera sea diferenciarlos a ojos vista de los nuevos ricos. Es como un cambio en el camuflaje, ya que tanto nos chifla últimamente hablar de cambios. Con todo, tal diferenciación (aunque sólo funcione a ojos vista) vendría a ser lo único que en verdad justifica el uso oficial de la guayabera en pleno siglo XXI.
Luego de haber desmoronado meticulosamente todas nuestras tradiciones, en el vestir, comer, hablar, actuar, pensar... Y una vez establecido en la Isla el reino de la miseria perenne, sin la menor cabida para la sobrevivencia de un artículo, digamos, tan caro como la guayabera, resulta sorprendente este decreto destinado al rescate de una prenda que fue de uso común entre nuestros abuelos, pero ahora, dadas las circunstancias, regresa convertida en lujo de élites. 
Después de compulsarnos al pulóver desbembado y a las chancletas mete-dedos como últimos gritos de la elegancia, la guayabera se nos antoja antediluviana. Además, quién que no sea un dirigente puede gastarse la pompa de vestir con guayabera de lino o de suave algodón en un país en que el pueblo adquiere toda su ropa en las tiendas de reciclados, las cuales son surtidas con el rastrojo que regalan en los pulgueros de otros países y que aquí revenden a precios de novedad. Se la verían cruda nuestros salvadores de la patria si pretendiesen que la gente desvíe los exiguos pesos convertibles que destina a la compra de jabón y aceite, para ir a las boutiques de los hoteles cinco estrellas a comprarse guayaberas. Qué va, preferimos seguir anunciando a Pink Floyd con los pulóveres del reciclado. De igual forma, las gorras de los Yankees nos quedan más a mano y hasta son más baratas que esas de color verde olivo con banderita cubana, o con la imagen del Che, que venden como pan caliente en las shopping.
Que se cojan las guayaberas para ellos solos. En definitiva, ellos, según ellos, son Cuba. Y nada es mejor que esa fina prenda para destacar la pureza de “Cuba”.        
Ya que soñar no cuesta, supongamos que una delegación de la plana mayor del régimen se ha dignado recorrer a pie los predios de algunas de las cuarterías o de las 46 nuevas villas miserias que existen hoy en La Habana. Sea en Los Pocitos, de Marianao; en el Blúmer Caliente, de La Lisa; en El Canal, del Cerro, o en Las Piedras, de San Miguel del Padrón… esforcémonos tratando de imaginar el cuadro: Aquella nube de guayaberas blancas infladas insolentemente a la altura del abdomen, flotando sobre los charcos infectos de los callejones, entre tablas podridas y trozos de zinc herrumbroso, surfeando para esquivar la porquería, bajo el ladrido de los esqueletos sarnosos que alguna vez fueron perros y acechados por la actitud anhelante pero desconfiada pero roñosa de los vecinos del lugar…
“Nevando en el tugurio”, podría ser quizá el título que mejor le encaja a este cuadro.


José Hugo Fernández, de su libro “Entre Cantinflas y Buster Keaton".

lunes, 21 de abril de 2014

AL FINAL COMO AL PRINCIPIO


Al final como al principio uno ha de hablar
Sólo con Dios para decir en transparencia.
Hablar verdad ya no será más proclamar
La inconstante y quebrada verdad de las palabras.


Ernesto Santana, de su libro "Escorpión en el mapa".

MI AMIGA GUILLERMINA



No pido nada del otro jueves, me dijo anoche Guillermina, sin que yo le preguntase. Y lo que pedía era tener un cuerpo para ser mirada como cualquier otra mujer. Según ella, el inconveniente de los fantasmas no es que no los vean, sino que no los miran. Por eso anda ahora en busca de un espiritista que le ayude a recuperar el cuerpo físico. Así —dice— los hombres no podrán seguir pretextando que no la miran porque no la ven. Tan cabeza de chorlito como siempre, mi amiga olvida que al morir tenía más de ochenta años de edad. De modo que en su castigo está su salvación.

José Hugo Fernández, de su libro “La novia del monstruo”. 

martes, 8 de abril de 2014

La Grieta


                                               “Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol”.
                                                                                                                              Eclesiastés

Ha caído la tarde. Como siempre a esta hora, están sentados en el comedor. Ella juega sola al parchís. Él mantiene la cabeza hundida en el periódico. En algún momento emerge y la mira. Luego se dispone a reanudar su lectura. Pero algo lo impele a mirarla de nuevo. Ella ve que la mira:
-¿Qué ocurre? 
-Nada, es que, de pronto, creí notar algo desacostumbrado.  
Él vuelve a zambullirse en el periódico. Ella piensa que lo desacostumbrado que notó tal vez sea que hoy ha ocupado otro asiento, más cerca de la ventana, para poder lanzar ojeadas hacia el parquecito que está frente al edificio, en los bajos. No había previsto que él reparase en un detalle tan nimio. Sopesa la conveniencia de comentárselo, aunque sin más explicaciones. Entonces él vuelve a levantar la vista para examinarla. Y al cabo, sonríe muy tenuemente. Le dice:
-Ah, ya sé, es que te pintaste los labios.
La observación la descoloca, por inesperada, pero sólo durante unos segundos:
-Fue apenas una pasadita con el creyón, porque el frío me cuartea la boca.
Y ahora es ella quien da por terminada la interlocución, volviendo a su parchís.
Llevan tres décadas casados. Aunque han vivido juntos nada más que los últimos meses, después que él se jubilara. Con anterioridad, no hubo una sola ocasión -que ella recuerde- en la que durmiesen bajo el mismo techo durante varias semanas continuas, debido a las múltiples ocupaciones de él como oficial de las fuerzas armadas. Quizás por eso ella piensa a veces que recién ahora han empezado a conocerse. Suponiendo que la condición idónea para que dos personas se conozcan sea que permanezcan todo el tiempo juntas dentro de un espacio cerrado, vinculadas por el decurso rutinario de cada minuto, intercambiándose las mismas palabras. Esto también lo piensa a veces. Mientras juega al parchís, que es el momento en que suele dedicarse a pensar.
-Sí, verdaderamente hay frío.
Él le ha hablado sin apartar la vista del periódico. Ella no responde. Está pensando que lo desacostumbrado no es que cambiara de asiento, ni que se pintase los labios. En realidad esto último lo hizo casi sin darse cuenta y sin saber a derechas por qué. Aunque pudo haber sido por el frío.
-Anoche no vi cuando regresaste –él sigue hablando como para nadie, o para el periódico. 
-No quise molestarte. Se te había aliviado el asma. Así que era mejor que durmieras un poco. Preferí dejar la pastilla para cuando despertases.
Lo desacostumbrado –piensa ella- no podría notarlo, él ni nadie, porque no está a la vista.
-Pero te demoraste bastante, o es lo que me pareció antes de quedar dormido.
-En la farmacia había cola. Y luego, para colmo, nos metieron el apagón. La suerte es que fue justo cuando terminaban de despacharme tus pastillas, porque ya sabes que tan pronto se va la luz, suspenden la venta.
De cualquier manera -está pensando ahora- no le gusta la palabra desacostumbrado. Es extraño que no se haya percatado antes de este detalle, pero decididamente no le gusta. Le complace pensar en lo mucho menos aburrido que sería vivir en un mundo en el que la costumbre consista en hacer lo desacostumbrado. Pero si piensa así, se dice, entonces no debe ser lo desacostumbrado, sino la costumbre, lo que no le gusta.  
-Lamento haberme dormido
-Era lógico, luego de pasar varios días en crisis asmática, durmiendo poco.
-Pero es que tú no habías regresado de la farmacia. Y el diablo son las cosas. 
En alguna de las muy abundantes páginas de la Biblia, ella recuerda haber leído que hay un momento para todo en la vida y hay un tiempo para cada cosa. Piensa que eso está muy bien. Sin embargo, la costumbre vino a malear tan divina disposición. O los que inventaron la costumbre, culpables de enmendarle la plana a Dios al establecer rígidamente cuál es el momento y el lugar y las circunstancias en que debemos hacer cada cosa, y hasta el tiempo límite que se nos concede para hacerlas.  
-Es lo que dices. Al sentirme aliviado del asma, resultó fácil que me durmiera. Pero creo que pude preverlo y hasta evitarlo. Sólo tenía que esperarte levantado.
En tanto él continúa lamentándose a intervalos, sin sacar la cabeza del periódico, ella piensa que las costumbres son paredes, protectoras, inhibitorias. O por lo menos así cree verlas en este minuto. Y se dice a propósito que mientras más lisa es una pared, más sólida parece ser. Hasta un día en que detectas una tenue sombra, una protuberancia inapreciable para la mirada corriente. Entonces pinchas en esa zona. Y descubres que a muy escasos milímetros de la superficie la pared está llena de grietas.  
-Es que la calle se ha puesto mala, mujer. Y mucho más cuando hay apagón.
-Afortunadamente el apagón de anoche fue breve. Unos veinte o treinta minutos.
-Con eso basta para que pasen cosas. Los ladrones y los violadores saben arreglárselas.
-Hasta en pleno mediodía se las arreglan.
-Pero mejor de noche y con apagón. Precisamente esta mañana, cuando iba a comprar el periódico, oí decir que anoche, en el momento en que restablecieron la luz, alguien sorprendió al mulato de los bajos en una movida rara.
- ¿Qué mulato?
-El mensajero que nos trae el pan.
-Ese es un infeliz
-Lo vieron salir corriendo del matorral que está detrás de los edificios. Dicen que iba con la portañuela toda desabrochada y en actitud sospechosa. Como alma en pena, azorado, como si lo persiguiera el diablo.
-Tal vez fue a evacuar el vientre. Creo que ni servicio sanitario tiene en el cuartucho donde vive. ¿No has visto que se pasa la vida en el parquecito de allá abajo, frente al edificio? Nadie que se sienta medianamente cómodo en su casa se echaría el día y la noche sentado en un parque.
-Pues tal vez ya no lo veamos más allí
-¿Por qué?
-Porque se lo tragó la tierra. Desde anoche, luego de aquel extraño correteo, nadie más ha vuelto a verle el pelo. Fueron a buscarlo al cuarto para preguntarle por qué no se estaba ocupando de sus tareas como mensajero. Pero ni la sombra. La puerta estaba abierta y adentro no quedaba ya ni una sola de sus pertenencias. Suponen que se haya largado huyendo de vuelta para su pueblo, allá en las provincias orientales.
-¿Que se fue?
-Dicen que esta mañana temprano estuvieron registrando el matorral. A ver si hallaban algún indicio de su fechoría. Pero nada. O casi nada, porque dicen que había un redondel de hierba aplastada y que había un blúmer roto, de lo cual podría deducirse que se produjo allí una violación.    
-¿Por qué podría deducirse?
-¿Y por qué no?
-El matorral está cerca de los edificios. Se hubiesen escuchado los gritos.
-Tal vez a la mujer no le dio tiempo de gritar.
-Es difícil
-Bueno, él pudo impedirle que gritara. Además, cuando hay apagón todo el mundo se tranca en su casa, especialmente en estos días de frío. Y nadie asoma el hocico, aunque esté temblando la tierra por allá afuera.
-Si alguien grita en ese sitio del matorral, hubiera sido fácil escucharlo desde aquí.
-¿Entonces tú también viste el redondel con la hierba aplastada?
-No, pero sé dónde puede estar, más o menos. Y es demasiado cerca.
-Tampoco hay que descartar la posibilidad de que la mujer aguantase la violación sin chistar. No sería la primera. Tal vez ahora mismo está en su casa, como si nada le hubiera sucedido, porque el violador le metió miedo.
-O por evitar la vergüenza. 
-Por miedo, sobre todo. Porque ya sabemos que eso de la vergüenza no es un asunto que les importe mucho ni poco a las jovencitas de hoy en día.
-Entonces, ¿ya sabes que fue una jovencita?
-No hace falta saberlo. Lo indica la lógica.
-Claro, sería desacostumbrado que una mujer de más de cincuenta años de edad, con sobrepeso, con la sangre ya amuermada, la piel marchita y los senos en declive, pueda despertar la lujuria de un hombre joven y saludable, por grande que sea su soledad y por muy en bancarrota que viva.
-Dicen que el blúmer roto no parece ser de esos que suelen usar las jovencitas. Pero qué va, no trago. De otro modo no se justificaría la temeridad o la locura que requieren un acto de violación. Además, yo sigo creyendo que una mujer adulta habría gritado. Es más difícil silenciarlas.
-¿Una mujer adulta?
Ella desliza la interrogante como por inercia. Y de seguida, se dispone a remover los dados del parchís dentro de su puño cerrado. Pero antes, vuelve a dirigir otra ojeada por la ventana, hacia el parquecito de los bajos.
-Quiero decir una mujer de treinta años. O hasta de cuarenta, cuando más –aduce él-. Porque el mulato será un sinvergüenza, pero no está ciego.
Ella se reconcentra en lo suyo: jugar sola al parchís. Tira los dados, al tiempo que piensa en algo que oyó decir, no hace mucho, cree que en un programa de televisión. Era sobre una sentencia lanzada por no sabe quién, algún famoso, según el cual habría que vivir 300 años para llegar a ser adulto.


José Hugo Fernández, tomado del libro “Hombre recostado a una victrola”, localizable en: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0

 




El viejo nadador de la pipa


En la piscina de aquel hotel no era fácil entrar y, sin embargo, durante muchos años hubo la leyenda de que un hombre de unos setenta años, muy alto, iba con frecuencia allí, nadaba dos piscinas, se sentaba bajo una sombrilla a fumar su pipa, volvía a nadar dos piscinas, fumaba de nuevo su pipa y, luego de un par de horas, se marchaba. Pero no era verdad, porque tendría que ser huésped del hotel durante varios años, cosa imposible, y si fue huésped en alguna ocasión, no hay nadie que se atreva a asegurar haberlo visto ni siquiera una vez.
  Y a pesar de todo en el hotel se habla de cuando el viejo nadador de la pipa se quedó dormido, quizás por exceso de bebida, y hubo que despertarlo para cerrar la piscina. Y se habla de cuando fue en varias ocasiones seguidas, pero no entraba en el agua, sino que se quedaba debajo de su sombrilla habitual, fumando su pipa y tomando agua mineral de su botella plástica. Incluso se describe con detalles el día en que apareció allí por última vez, una tarde calurosa que se nubló rápidamente, y cómo iba vestido y lo que habló con el portero (cosa rara) y lo que bebió en el bar de la piscina.
  Lo más asombroso de todo resulta ser “la sombrilla del viejo de la pipa”, como siguen llamando años después al lugar donde ahora no hay ninguna sombrilla, pero, se dice, estuvo la que siempre utilizaba el viejo que venía a nadar y a fumar su pipa entre tanda y tanda. Y no es que en el hotel y hasta en la misma piscina haya todavía empleados que llevan trabajando allí más de veinte años y que jamás vieron a ese personaje de los cuentos, sino que todos saben perfectamente que el viejo nadador de la pipa nunca existió y, aun así, repiten los cuentos con la mayor naturalidad y algunos llegan al punto de mirar con atención cuando ven a algún hombre de alrededor de setenta años, muy alto, entre los huéspedes que utilizan la piscina, con una atención delirante porque saben que ya tendría mucho más de ochenta años y que, en todo caso, no puede regresar alguien que nunca vino.


Ernesto Santana, de un libro de relatos en preparación.

jueves, 3 de abril de 2014

Rock, el sonido de los apátridas


Viejos rockeros cubanos fueron crucificados socialmente. Todavía nadie ha respondido por los atropellos que hubo.

Zeus-band-Hard-Rock-Havana_foto tomada de internet
Zeus-band-Hard-Rock-Havana_foto tomada de internet
LA HABANA, Cuba.-La relevancia de Humberto Manduley como gran estudioso y conocedor de la historia del rock en Cuba es algo que nadie discutiría. Es autor de dos libros de imprescindible cita sobre el tema, “El rock en Cuba”, y “Hierba Mala: una historia del rock en Cuba”; además, ha escrito una enciclopedia que estará muy pronto en librerías. Así, pues, sus análisis y puntualizaciones no podrían faltar en este texto, en cuya segunda parte proponemos un planeo general sobre el drama de los viejos rockeros cubanos, marginados, atropellados, víctimas durante decenios de injusta descalificación, y sometidos a perenne sospecha y acoso. 
CUBANET: Los viejos rockeros cubanos no tuvieron la oportunidad de ser aceptados como lo que eran: individuos apacibles, amantes de la paz y la fraternidad humanas, entregados a una afición que a nadie perjudicaba. Y a pesar de ser víctimas de este ensañamiento gratuito, jamás reaccionaron con roña o con amargura o con violencia. Según tu apreciación como estudioso de su historia, ¿qué les ayudó a mantenerse nobles y hasta un tanto inocentes en medio de la adversidad? ¿De dónde sacaron esa disposición de ánimos tan admirable?
Manduley, Carlos Carnero y Dagoberto Pedraja, de Los Kents - Fotos JHF
Manduley, Carlos Carnero y Dagoberto Pedraja, de Los Kents – Fotos JHF
H. MANDULEY: A veces siento que hay cierta mitificación del “rockero”, siendo éste a su vez un término un tanto impreciso. El rockero es una persona común, que muchas veces solo se distingue de los demás en su afición al rock, la cual puede tener mayor o menor presencia en su vida. Lo de “amantes de la paz y la fraternidad” puede ser cierto en algunos casos y en otros no: hubo personas tranquilas y otras que no lo fueron tanto, o nada, como ocurre en cualquier grupo social. Trato de huir de las generalizaciones. Lo que sí es real, desde mi punto de vista, es que se entregaban (nos entregamos) a una pasión que no perjudicaba a nadie. Por eso es más jodida toda la censura, atropellos y vejaciones que tuvieron (tuvimos) que sufrir. Se vivía en un medio hostil desde casi todos los ángulos (social, familiar, educacional) y la supervivencia fue dictada de diversas maneras, según los casos. Hubo rebeldía, conformidad, hastío y éxodo. Quienes sobrevivieron (o al menos una porción apreciable), lo hicieron tratando quizás de pasar inadvertidos. Y créeme que, después de haber entrevistado a más de 400 músicos que en algún momento hicieron rock en Cuba, no todos están despojados de amargura. Con razón: les hicieron la vida imposible, perdieron sus juventudes, fueron crucificados socialmente. Son heridas que en muchos casos siguen abiertas. Nada se ha hecho para reparar ese daño.
CUBANET: Se ha dicho que en tu libro “El rock en Cuba” intentas responder a la pregunta: ¿Cuál es la culpa del rock cubano? ¿Podrías explicarnos en síntesis cuál es esa culpa?
H. MANDULEY: Es una de las preguntas que esbocé en aquel texto y que todavía me estoy formulando. En verdad la respuesta la deberían dar quienes lo estigmatizaron, porque yo no le he hallado culpa de nada, cuando lo culparon de todo lo que se les ocurrió: “diversionismo ideológico”, música de maricones, penetración cultural, hecha y consumida por delincuentes y apátridas, y un largo etcétera.
CUBANET: ¿Estaríamos de acuerdo entonces en que si hay culpables en la historia del rock en Cuba (que sin dudas los hay), habrá que buscarlos entre los prejuiciados, los dogmáticos, los chovinistas, los mojigatos y los políticos?
H. MANDULEY: Sin dudas. Si hubo alguna culpa (por “algo”, lo que sea) entre los rockeros fueron culpas individuales, y como tales debieron juzgarse: no meter a todos en el mismo saco, ni tachar una música como si fuera la banda sonora del mal. Pero pienso que la culpa mayor, justamente, la tuvieron todos esos que mencionas: los prejuiciados, los dogmáticos, los chovinistas, los mojigatos y los políticos. Porque les hicieron la vida un yogurt a mucha gente. Y todavía nadie, absolutamente nadie, ha respondido por esos desmanes.
MANDULEY: Además de estudioso y profundo conocedor de la historia del rock en Cuba, formaste parte del equipo de Venus, una destacada banda habanera de rock. ¿Cuál fue tu experiencia como rockero, desde la perspectiva de la aceptación social? ¿Tenían acceso a los medios de difusión, contaban con algún tipo de apoyo o simpatías en el ámbito oficial?
Libro _Hierba Mala una historia del rock en Cuba_, de H. Manduley = Foto JHF
Libro _Hierba Mala una historia del rock en Cuba_, de H. Manduley = Foto JHF
H. MANDULEY: Bueno, aquí hay una confusión. Nunca fui parte de Venus: no soy músico. Fui un colaborador externo. Entre 1982 y 1985 escribí textos de canciones para ellos, junto con las líneas melódicas: yo les tarareaba los temas en los ensayos, les señalaba una estructura general (entradas, cierres, ciertos brakes) y ellos iban buscando las notas, haciendo los arreglos. Pero no integré el grupo, aunque sí estuve muy cerca en esos años. En cuanto a aceptación social, fueron tiempos bien jodidos. No es un secreto que Venus estuvo en la mirilla de funcionarios, policías, gendarmes del pensamiento, y cuanto tarado se le ocurrió opinar malévolamente sobre ellos. Tanto es así que terminaron por desintegrarlo a base de presiones de todo tipo. Incluso existe un folleto del Centro de Estudios sobre la Juventud (perteneciente a la Unión de Jóvenes Comunistas, UJC) donde la cantidad de tonterías y falsedades que escribieron sirvieron para señalar al grupo como algo malsano, cuando lo único malsano eran los cerebros e intenciones de quienes escribieron aquello. ¿Acceso a los medios? Ninguno. Al final de su trayectoria, un estudiante uruguayo (Alejandro Bazzano) de la Escuela de Cine les hizo un documental, pero ya era tarde.  
CUBANET: ¿No te parece que de haber contado con una acogida más civilizada en Cuba, el rock habría aportado mucho más al enriquecimiento de nuestra música y de nuestra cultura en general? ¿Acaso el propio rock no pudo enriquecerse con el aporte cubano, como ocurrió con el jazz? ¿Por qué razón sería aceptado el jazz y rechazado el rock?
H. MANDULEY: Totalmente de acuerdo, aunque esto no pase de ser una apreciación subjetiva. No tenemos forma comprobable de saber qué habría o no habría pasado en otras circunstancias. Puedo suponer que Cuba habría aportado al rock, pero eso no es un axioma. Otros países, donde  el rock no sufrió los embates que sufrió en Cuba, no han “aportado” exactamente al género, más allá de gestar escenas nacionales con determinadas dosis de libertad y aceptación. Por otra parte, el jazz en Cuba (como ocurrió y sigue ocurriendo con determinados géneros musicales) fue bien recibido por unos sectores y mal por otros. Concretamente, el jazz no tenía problemas en Cuba antes de 1959, salvo discrepancias entre algunos músicos, periodistas.  Después de 1959, cuando empezaron sus problemas, algunos le buscaron coartadas  extra musicales. O tal vez sucedió que los amantes del jazz estaban mejor ubicados en el aparato institucional de entonces. A fin de cuentas, eso de las censuras y prohibiciones es un proceso que tiene una larga historia en la música hecha en Cuba, lo cual –de paso- no justifica lo que se hizo contra el rock, sus cultores y simpatizantes.
CUBANET: ¿Tus libros “El rock en Cuba” y “Hierba mala…” han sido publicados en Cuba? ¿Existe la posibilidad de que en fecha cercana te publiquen aquí la enciclopedia del rock en Cuba que tienes en preparación?
H. MANDULEY: “El rock en Cuba” se publicó en 2001 gracias a las gestiones directas y el interés personal de Noel Nicola, quien dirigía entonces Ediciones Atril. Tuvo una desastrosa comercialización y bueno, ya ni se encuentra, pero siempre le agradeceré a Noel la confianza que tuvo para sacar ese libro. “Hierba Mala: una historia del rock en Cuba” es una edición independiente, está ya a la venta en Amazon, y espero gestionar satisfactoriamente su publicación en Cuba, así como la de “Parche” que es esa enciclopedia que citas. Hasta ahora he hablado con un par de editoriales, y los obstáculos mayores son de orden logístico (falta de financiamiento para imprimir en poligráficos), aunque espero que se pueda resolver. El lector cubano (tanto el residente en la isla como el que vive fuera) es su destinatario natural.
NOTA: El libro “Hierba Mala: una historia del rock en Cuba”, de H. Manduley, está disponible en formatos impreso y digital en: http://www.amazon.com/Hierba-Mala-historia-Spanish-Edition/dp/0991133609