Sólo ella y su
santa picardía sabrán lo que le dice al turista. Tienen 81 y 87 años y salen a
luchar las calles
¿Y cuál es su oficio? Luchar la jama, fue la
tajante respuesta que me dio Santa, que es la más gruesa. En tanto, Virgen, más
cautelosa, tal vez por ser la mayor, agregó que reciben asistencia social de 60
pesos mensuales (algo más de 2 dólares), pero no alcanzan ni para el desayuno
del mes. Tampoco es que no tengan hijos u otros familiares –dijo-, pero éstos
tomaron sus propios rumbos, tratando de asegurar la sobrevivencia, y ellas no
pueden sentarse a esperar lo que caiga del cielo.
Así
es que se emperifollan bien (cabezas floreadas, labios llameantes a la antigua
usanza, profusión de colorete en las mejillas, cejas a lo María Félix…), echan
algo en un pozuelo azul, para que no les chillen las tripas al mediodía, y
salen a luchar.
Un CUC para cada
una por cada turista que acceda a retratarse entre las dos. En el consorcio de
Santa y Virgen parece radicar su principal fortaleza. No están emparentadas por
la sangre sino por las contingencias, lazo que suele ser más sólido. Comparten
una vieja amistad, un pasado común, y tantas peripecias y secretos que no
podrían resumir ni en la más extensa entrevista. Además, se niegan a
desempolvar recuerdos de otros tiempos que si bien no fueron mucho más fáciles
que el presente –aseguran ellas-, tampoco menos divertidos.
Con su descorazonadora
forma de enfrentar la subsistencia, y con su imagen peculiar, abierta a tantas
lecturas como tipos de lectores haya, provocan los más diversos comentarios de
los habaneros, a la vez que estimulan desde los más frívolos hasta los más
despiadados y aun sórdidos antojos de los turistas. Desde el tan aberrado
souvenir que puede representar una foto entre reliquias del oprobio tiránico y
tercermundista, hasta la idea, aún más oprobiosa, de la gerontofilia.
De cualquier modo, en
lo que a mí respecta, no encuentro la manera de verlas sino como a dos ancianas
más respetables cuanto más desvalidas. Quienes tienen o han tenido una madre o
una abuela octogenaria, entenderán mis razones.
Santa y Virgen no irán
al infierno. No lo merecen. Son otros quienes lo merecen por ellas.
Con su descorazonadora
forma de enfrentar la subsistencia, y con su imagen peculiar, abierta a tantas
lecturas como tipos de lectores haya, provocan los más diversos comentarios de
los habaneros, a la vez que estimulan desde los más frívolos hasta los más
despiadados y aun sórdidos antojos de los turistas. Desde el tan aberrado
souvenir que puede representar una foto entre reliquias del oprobio tiránico y
tercermundista, hasta la idea, aún más oprobiosa, de la gerontofilia.
De cualquier modo, en
lo que a mí respecta, no encuentro la manera de verlas sino como a dos ancianas
más respetables cuanto más desvalidas. Quienes tienen o han tenido una madre o
una abuela octogenaria, entenderán mis razones.
Santa y Virgen no irán
al infierno. No lo merecen. Son otros quienes lo merecen por ellas.
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