EL VAGON AMARILLO

miércoles, 8 de octubre de 2014

“Camionero” desmonta el mito de la educación revolucionaria

Mientras el ICAIC parece atravesar una crisis irreversible, jóvenes directores independientes muestran vitalidad y empuje en sus obras

LA HABANA, Cuba -“Me consta que la vida es demasiado corta como para llegar a entender eso que llaman cine cubano”, escribió en su blog el crítico de cine Juan Antonio García Borrego. Si esto fuera cierto, incluyendo en el concepto de cine cubano, naturalmente, la producción que han realizado también fuera del país los directores cubanos, los cineastas más jóvenes (como prueba la Muestra de Jóvenes Realizadores) merecen ser enfocados no solo para comprender más “eso que llaman cine cubano”, sino para entender la propia sociedad de donde han surgido.
En general, cuando opinamos que el cine cubano se encuentra en una crisis que parece irreversible por el momento, estamos refiriéndonos al cine elaborado por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y dejamos fuera la creciente producción audiovisual realizada al margen de esa institución oficial, muy poco conocida no solo porque las autoridades no se muestran interesados en divulgarla, sino porque además, en ocasiones, la prohíbe inapelablemente.
Y no es difícil dar con el motivo: ese nuevo cine, tan limitado de recursos (de ahí que escaseen los largometrajes independientes), tiene una vitalidad y un empuje que, salvo puntuales excepciones, hace tiempo se extinguió en el ICAIC, y no ha heredado de él ni sus manías ideológicas, ni su alergia al riesgo, ni su sequía imaginativa.
Algunos han empezado a llamarlo “cine sumergido” pues, como dice el ensayista Rafael Rojas, en la Cuba de hoy “lo culturalmente globalizado o lo cibernéticamente conectado actúan desde la inmersión o la sumersión, es decir, bajo la superficie discursiva oficial o institucional, menos sólida que la del período soviético”.
Como la obra de estos noveles artistas se exhibe tan poco, si es que se exhibe, no es fácil hallar un paquete que reúna algunas de estas piezas afiebradas, pero si uno lo encuentra puede recibir algunas sorpresas que sirvan de consuelo frente al gris panorama del cine (y, en fin de todo el arte) cubano actual.
Aunque no sea lo mejor de ese cine diferente, el cortometraje Camionero es un ejemplo de cuáles son las preocupaciones de estos nuevos cineastas a los que, ante todo, no les interesa en absoluto justificar al gobierno, ni sentar sofismas ideológicos, ni escabullirse de lo político, ni sedarse con la hipocresía, y mucho menos alcanzar el éxito haciendo loas a la revolución.
Camionero, producido en 2012, entra de cabeza en el tema de la violencia adolescente en las escuelas de Enseñanza Media en el campo donde, durante treinta años, se formaron varias generaciones separados de su familia durante la mayor parte del año, obligados a trabajar como campesinos a media jornada, formados bajo la letanía de axiomas vacíos, sin un verdadero código de civilidad, expuestos a diversos tipos de agresiones.
Inspirado en un cuento de Yomar González, el corto de 28 minutos dirigido por Sebastián Miló narra la intolerancia adolescente hacia los que no demostraban suficiente machismo, víctimas indefensas de pandillas que cometían con ellos cualquier abuso y que casi nunca tenían que pagar por esos actos crueles que, como en este caso, llevaron muchas veces a un desenlace fatal.
Como las autoridades escolares estaban siempre más preocupadas por ganar una emulación o, por lo menos, lograr una imagen positiva del plantel, que por el bienestar y la formación adecuados de los menores de edad que tenían bajo su responsabilidad, la estancia en una de esas escuelas resultó un infierno para muchos estudiantes.
El protagonista de este film, Randy (interpretado por Antonio Alonso) es un adolescente introvertido y solitario al que consideran “pájaro” porque no es fuerte ni habla de novias y que, para colmo, parece ser religioso, por lo cual debe soportar abusos y maltratos físicos continuos. Su sueño es salir de aquel lugar de tormento, ser camionero y andar sin nadie. Ante sus ojos cree ver, en ciertos momentos, cómo pasa la carretera bajo él a toda velocidad, alejándolo del sufrimiento.
Su principal demonio es el sádico Yerandy (Reinier Díaz), jefe de una pandilla por ser el más fuerte y el que más novias consigue, que organiza las torturas contra Randy y luego las disfruta con deleite. Sus secuaces son interpretados por los actores Rafael Rodríguez, Oniel Torres y Alexander Diego.
Una voz va relatando y explicando en off los pormenores de este drama. Es Raidel (Héctor Medina), quien reitera constantemente que no siente miedo de los abusadores y que, viendo que nadie intenta defender a Randy, intercede por él una vez y a partir de entonces empieza a ser hostigado también, lo que provoca un sangriento y terrible final.
Más allá de que el guion es en general muy adecuado y los diálogos y la acción fluyen sin estridencias ni confusiones, el trabajo de los seis jovencísimos actores es la gran sorpresa de esta pieza, ante todo las actuaciones de Héctor Medina, Antonio Alonso y Reinier Díaz. Estas cualidades nos recuerdan otra reciente película cubana, Conducta, de Ernesto Daranas, que también trataba aspectos de la formación escolar de niños y adolescentes con un atinado libreto, igualmente del director, aparte de un nivel de actuación que no abunda en el cine cubano. Casualmente, una pequeña estampa religiosa será también aquí motivo de tensión entre los personajes.
Están además las actuaciones especiales de Osvaldo Doimeadiós y Broselianda Hernández, que están bien, aunque tienen poco peso en la historia. Y está también el papel del profesor que interpreta Joe Rodríguez, que por momentos no parece muy convincente, pero que logra bastante la exigencia actoral frente a los muchachos sin que el guion le ceda muchos matices, pues resulta deleznable no solo por su grosería e irresponsabilidad con los estudiantes varones, sino también por su desvergonzada práctica sexual con las alumnas.
Si este es el primer film de Sebastián Miló, ha comenzado con muy buen pie y deja para los creadores del mundo cinematográfico un buen ejemplo de labor concienzuda, de talento y de claridad expresiva, porque este director, desmintiendo una parte del mito de la paradisíaca educación socialista cubana, sabe bien lo que nos está diciendo: de aquellos polvos llegan estos lodos.

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