EL VAGON AMARILLO

sábado, 24 de enero de 2015

Reconquista

Sus inventores alegaron que con aquel artilugio se proponían instaurar una nueva era, la del fin del egoísmo. No era un sofisticado ingenio de la ciencia. Nada le debía a la magia, ni al milagro, ni al hechizo. Pero toda persona que traspasara sus umbrales, quedaba incapacitada para ver su propia imagen. Quienes le rodeaban, podrían seguir viéndola. Y ella, por su lado, podría ver a todos. Pero nunca más volvería a verse a sí misma. Antes de situar el artilugio en la plaza pública, censaron con minuciosidad a toda la población, otorgándole a cada cual un turno con la fecha y hora en que, inexcusablemente, debía someterse a sus efectos. Poco a poco, el artilugio fue haciendo lo suyo. Al punto que llegó un día en que las personas perdieron todo interés por relacionarse. ¿Qué ganamos reconociéndonos unos a los otros –se preguntaban, desabridamente-, si a cada uno de nosotros no le es posible ya conocer y recomponer de antemano la imagen con que nos presentamos ante las demás? Nunca estuvo la raza humana tan cerca de extinguirse bajo la sincronía del aburrimiento. Sin embargo, a última hora la salvó una coincidencia histórica. Pues en esa época fue también cuando los espejos, reagrupándose sobre el polvo, decidieron emprender la reconquista de su viejo imperio.


 José Hugo Fernández, del libro “La novia del monstruo”.

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