EL VAGON AMARILLO

martes, 6 de enero de 2015

Tatlin y la máquina del odio

Por Ernesto Santana Zaldívar

plaza sliderLA HABANA, Cuba. -Hace muchos años, alguien me narró un cuento popular acerca de un guajiro que vive en un lugar remoto y le ponen delante un micrófono para que hable. Él no entiende qué es esa cosa. Los entrevistadores le dicen que lo que diga ante el micrófono será escuchado por otros. “¿Dónde lo escucharán?”, pregunta él. “Usted habla aquí delante de este aparato y entonces otras personas podrán escucharlo en otro lugar”, le explican. “¿Me escucharán fuera de aquí?”, pregunta el guajiro. “Sí”, le dicen. “¿Fuera de Cuba también?”, insiste el humilde hombre con curiosidad. “Sí, puede ser que también fuera de Cuba lo escuchen”, asienten los entrevistadores. Entonces el guajiro toma aire, acerca la boca al micrófono y grita muy fuerte: “¡¡Auxiliooooo!!”
He recordado ese cuento por lo que ha ocurrido en torno a la obra de la serie El susurro de Tatlin que la artista Tania Bruguera ha presentado en diferentes lugares del mundo, incluso ya en una ocasión, en 2009, durante una Bienal de La Habana, y que ahora tendría lugar en la Plaza de la Revolución.
Cada presentación de la serie ha constado de una tarima, un podio, un micrófono, dos guardias, una paloma y un minuto, conjunto que cobra su sentido según las palabras o el silencio de las personas que conforman el público y que son quienes realizan el performance, quienes completan la obra incorporándola durante un minuto a su vida personal.
Cuando se realizó la obra en 2009, “fue un momento de mucha tensión. El aire se podía cortar con un cuchillo”, según narra la misma Bruguera: “Para mí era un ejercicio de cómo sería el futuro en el presente, para que la gente fuera practicando cómo decir lo que piensa”. Durante ese evento, la artista informó a las autoridades gubernamentales que realizaría otros performances artísticos en la isla, pues “se está definiendo lo que pueda llegar a ser Cuba, y todos podemos contribuir”.
En aquel momento, el Comité Organizador de la X Bienal se pronunció duramente sobre la obra, pero Abel Prieto, entonces ministro de Cultura, consideró que, aunque “el performance fue utilizada por personas inescrupulosas para hacer un discurso contra la revolución”, era importante “crear un clima apropiado para la recepción de ese tipo de arte”, pues, “en general, en los jóvenes artistas cubanos, hay un énfasis en el arte crítico, analítico”, lo cual “es sano, es una crítica desde la revolución, desde una posición comprometida con la revolución”.
Lo más curioso es que Prieto declaró que la presencia en la Bienal de artistas y obras provenientes de Estados Unidos “ejerce una presión simbólica sobre el gobierno de Obama y sobre las políticas de hostilidad y de bloqueo”, para resumir que “no esperamos ningún cambio espectacular en la política de Estados Unidos hacia Cuba, pero al menos esta exposición levanta una bandera simbólica después de los años de silencio de Bush”.
Nada de micrófonos
Y ahora, un lustro después, cuando debió realizarse la nueva versión de El susurro de Tatlin, la reacción del régimen ha sido histérica e insultante, pues el primer eslogan de la presentación ha sido “Ese día no queremos pedir nuestros derechos, los vamos a ejercer”. Tania Bruguera fue acosada desde su entrada al país y al amanecer del 30 bloquearon su comunicación y la arrestaron. Curiosamente, esta vez la acusaban de intentar sabotear la mejoría de las relaciones Cuba-Estados Unidos.01cb7_tania_bruguera
Muchos de los que asistimos a la Plaza de la Revolución fuimos detenidos al salir de ella y algunos lo fueron incluso cuando solo intentaron salir de su casa. Los agentes de la Seguridad del Estado no arrestaban a ninguno en la misma Plaza, sino fuera de ella, con cierto sigilo, pero con una actitud amenazante y nerviosa que prometía llegar a la violencia si era preciso.
Los detenidos en las cercanías del Teatro Nacional fuimos introducidos en un pequeño carro jaula y llevados al Vivac de Calabazar. Nos reunieron en un grupo de doce activistas opositores y periodistas independientes al que luego añadieron a tres más. No le permitieron a nadie hacer la correspondiente llamada telefónica a su familia. Cuando luego fuimos llamados a declarar, ninguno aceptó firmar la ridícula acusación de desorden público e incluso cuatro se negaron a ser llevados a declarar.
En el grupo había miembros de varias organizaciones opositoras como la Comisión de Atención a Presos y Familiares (CAPF), Cuba Independiente y Democrática (CID) y la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU). Muchos de ellos tenían anteriores experiencias similares, y hasta habían cumplido condenas carcelarias. Aunque, debido a los métodos imprevisibles de la policía política, no se podía descartar ninguna represalia, parecía lógico que —como nadie había hecho otra cosa que llegar a la Plaza sin realizar ninguna manifestación pública de protesta— nos soltaran pocas horas.
De todos modos, Omar Sayú, un rapero de Santiago de Cuba miembro de la UNPACU, Pável Herrera, del CID, y el periodista Pablo Méndez, se declararon en huelga de hambre desde el primer momento. Los oficiales de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) que nos custodiaban directamente, nos trataron, en general, sin agresividad, y declararon haber sido puestos por la Seguridad del Estado entre ella y nosotros y no ser responsables de nuestro encierro y de la incomunicación a la que se nos sometió.
Por supuesto, intentaban que nos mantuviéramos apaciguados y, para lograrlo recurrieron a veladas amenazas —si continuábamos gritando consignas por las ventanas— y a falsas promesas, como el teniente coronel que, ante nuestras demandas de que vinieran a dar la cara los oficiales de la Seguridad del Estado, nos aseguró, “como hombre”, que iría a hablar con ellos y vendría enseguida a darnos una respuesta, lo cual nunca ocurrió.
Megáfono imaginario
Entrada al centro de detenciones para opositores politicos "El Vivac"_www.miscelaneasdecuba.com
Entrada al centro de detenciones para opositores politicos “El Vivac”_www.miscelaneasdecuba.com
Como a la mañana siguiente, ya 31 de diciembre, no hubo ninguna liberación, nuestros gritos a coro se hicieron más intensos y frecuentes. Las decenas de presos comunes que pasaban en fila, muy cerca, para entrar o salir del comedor, se asombraban escuchando frases como ¡Viva Cuba Libre!, ¡Castro, traidor, asesino y dictador!, ¡Vivan los derechos humanos!, ¡Abajo los secuestradores de la Seguridad del Estado! y muchas otras, a todo pulmón.
Los gritos a coro se hacían particularmente fuertes cuando veíamos pasar a Danilo Maldonado, El Sexto, a quien tenían recluido con los presos comunes porque, varios días antes había intentado un fabuloso performance en el Parque Central: liberar, en medio del gentío, una cerda a la que pintó el nombre de Raúl y un cerdo con el nombre de Fidel. Ello ha provocado que intenten procesarlo legalmente y encarcelarlo.
A las doce de la noche, a la llegada del primero de enero, los coros partieron de ¡Abajo la revolución! y tomaron los matices más imaginativos durante un buen rato, llegando seguramente hasta las casas de un vecindario adyacente a las instalaciones del Vivac, en el que la gente ya está acostumbrada a escuchar ese tipo de consignas, pues siempre sucede lo mismo cada vez que confinan allí a un grupo de opositores.
No me toquen la Plaza
El día primero por la tarde empezaron las liberaciones, que continuaron hasta el día 2, cuando, ya a punto de cumplirse las 72 horas del secuestro, salimos los últimos detenidos. Durante esos tres días, pasamos de ser un puñado de personas diversas y desconocidas entre sí, de muy variadas ocupaciones y proyectos, a convertirnos en un grupo hermanado por un propósito común que tomaba decisiones en conjunto, pero respetando la voluntad de cada cual.
Los que nunca habíamos pasado por una experiencia parecida, sobre todo los periodistas, nos asombrábamos viendo, viviendo de cerca, quiénes eran en verdad los activistas opositores cuando caían en manos de la represión, hasta qué punto llevaban su conducta de resistencia no violenta y su ausencia de temor. Mejor dicho, su dominio del temor, pues algunos confesaban haberlo sentido en medio de las olas de rabiosos represores y haberlo perdido cuando eran aplastados por las golpizas.
Allí también se reveló un detalle esencial que contenía el significado de lo que ocurrió y de lo que pudo ocurrir aquel 30 de diciembre en la Plaza de la Revolución. La inmensa mayoría de los opositores ignoraba quién era Tania Bruguera e incluso muchos no tenían idea de lo que es un performance. Habían acudido allí, ante todo, a expresarse libremente y a apoyar con firmeza a los que lo hicieran.
O sea, el propósito de la artista de que su obra fuera asumida y acabada por el público y de que su autoría se disolviera, terminó realizándose aunque la pieza en sí misma no haya podido tener lugar. En fin, ocurrió un performance mayor y más elocuente que el anunciado. Si Bruguera quiso poner a prueba la credibilidad de los “cambios” del castrismo, los resultados han sido transparentes.
Si las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, al menos en apariencia, han logrado cierto avance, las relaciones entre el gobierno y el pueblo de Cuba no han mejorado en absoluto, porque son dos problemas muy distintos, donde el segundo es el diferendo básico.
Un oficial, en el Vivac, le dijo a un opositor que “ya el gobierno norteamericano había reconocido que más de cincuenta años de bloqueo no habían servido de nada”, revelando un peligroso envalentonamiento, como si los represores hubiesen recibido una espaldarazo a su impunidad. Por algo uno de los detenidos escuchó decir a un oficial que “el día que fusilen a un opositor tú verás cómo los demás se tranquilizan”, como si ya ese y otros métodos criminales no hubiesen sido usados desde 1959 sin que la oposición haya dejado de renacer una y otra vez.Seguridad del Estado vigilando el evento  - Foto Orlando Gonzalez
Es evidente que la Seguridad del Estado tiene el papel de tratar con odio deshumanizante a la oposición para que ella también se contamine con ese odio —ya que no se deja dominar por el miedo— y abandone, si no el escenario, al menos sí el pacifismo y el reclamo cívico. Esa máquina de abominación, esa máquina de odio, castiga no solo el hecho de que una persona se presente en un espacio público, sino hasta la simple intención de hacerlo. Y en algo están más claros que muchos de los que acudieron allí: la gente no acudió a la Plaza de la Revolución de la falsa unanimidad y los multitudinarios performances fidelistas, a ese espacio frío, desarbolado y custodiado por fetiches enormes, sino que la gente acudió a la Plaza Cívica en su condición de espacio sencillamente humano donde cabe la diversidad democrática y la libre expresión.
La utopía imposible
Ese desafío no será permitido, sino castigado siempre. Ya es bastante que el “problema de la oposición” no pueda ser exterminado por las armas y el presidio, y ese ejército de esbirros que odia a sus oprimidos no es en esencia distinto de los incontables ejércitos de esbirros y verdugos que a lo largo de la historia han sido criados por las tiranías. Los que sufrimos ahora son tan criminales y represivos como han podido ser: no como han querido ser. Su entraña es legible en sus ojos cuando esposan a alguna de esas alimañas insistentes que ellos preferirían barrer a sangre y fuego.
Algunas personas, aun amigos y gente amable, han sido capaces de comentar que, total, mírate a ti encerrado mientras Tania Bruguera tomará su avión y regresará a la buena vida fuera de Cuba, intentando desconocer que nadie fue allí por iluso ni por dejarse manipular, sino en apoyo del arte libre, para ejercer derechos naturales, para demostrar que la libertad no es un objeto como las esposas o las armas, que se tienen o no se tienen, sino una condición que se siente o no se siente.
Que Tania Brugueras, al ser liberada, haya acudido a las puertas del Vivac en compañía de otras personas solidarias a exigir la liberación de los secuestrados allí, lo cual resultó en nuevos arrestos, fue un gesto de dignidad y firmeza inexplicable para la mente de esa jauría grotesca.
En el Vivac conocí o me reencontré con Boris González, Carlos Manuel Hernández, Andrés René Pérez Suárez, Omar (Don) Sayú, Pável Herrera Hernández, Luis Trápaga, Miguel Daniel Borroto, Claudio Fuentes, Ariobel Castillo, Vicente Coll Campanioni, Pablo Méndez, Duvier Blanco, Waldo Fernández, y ninguno se arrepintió de haber esperado el nuevo año entre rejas.
Es ilustrativo que Vladimir Tatlin —cuyo nombre formaba parte del título de la obra de Bruguera— haya concebido, en los albores de la revolución bolchevique, una pieza llamada Monumento a la Tercera Internacional, especie de Torre de Babel giratoria, más alta que la Torre Eiffel, con algo de panóptico de presidio. El proyecto nunca fue realizado. La ciclópea Torre de Tatlin jamás pudo ser construida, como la utopía socialista, porque, sencillamente, no puede ser levantada ninguna construcción fuera de la medida humana.
Se puede asaltar un país e imponer una dictadura, pero resulta imposible asaltar el cielo con una Torre de Babel ideológica. No es posible reunir a los hombres para destruir al hombre imperfecto y construir un robot perfecto al servicio del poder, al servicio de nada.

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