EL VAGON AMARILLO

domingo, 26 de abril de 2015

LAS CANCIONES



Las canciones, ah Padre, esas canciones,
cada una en su tiempo y en su sitio:
ciertas calles, las casas, los pesares,
cada mujer amada en cada beso,
cada recuerdo, tienen melodía.
Cuántos mundos, ah Padre, incomparables,
cuánta vida naciendo entre la muerte.
Cuán salvables nos hacen, qué alumbrados,
qué soberbias nostalgias, cuánto ensueño.
Los amigos comparten melodías
como espadas o escudos, como néctar
llegado desde tierras muy lejanas.
Ah palabras en música sin muros,
cómo te asedia el viento de la muerte,
de la fuga, el olvido y la locura,
esas vastas tormentas de silencio.
Los amigos tuvieron una puerta,
unas horas, alguna humilde lumbre,
otros buenos amigos y canciones
dispersas en tus viñas por amor.
Los amigos se marchan por mil puertas,
se callan y se alejan ya, de pronto.
Pero aún las canciones permanecen,
tan solas y tan graves, empañadas
por el hálito denso de los años.
Y, dormidas, susurran, balbucean
un nombre, un rostro amado, alguna noche,
un camino que vuelve y sus dolores,
sombras volando en torno de un fulgor.
Además, aparecen nuevos cantos
para otros rostros, para nuevas horas.
Cada buena canción es la canción
que habíamos esperado desde siempre
con el desnudo afán, con el amor
de las canciones de hoy y de ayer, Padre:
soles para la noche en soledad,
voces que hacen de pura vida el canto.
Uno agradece haber vivido en música,
entre acordes y voces y cadencias
y tonadas de amor y pesadumbre.
Todo lo han sido esas canciones, Padre,
y todos somos, Padre, tus canciones.
¿Y cómo no volvernos a encontrar,
los que faltan, los que permanecemos,
y no reconocernos y no hablarnos
con júbilo invisible y sin palabras?
¿Cómo no revivir todos en ellas
si reviven, si viven en nosotros
nuestras canciones, Padre, tus canciones?

Ernesto Santana, del poemario “Escorpión en el mapa”.

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