A la izquierda, José Hugo Fernández junto a Ramón Fernández-Larrea
APUNTES
PARA RECIBIR A UN AMIGO
Palabras de presentación del poeta Ramón Fernández-Larrea en la presentación de los libros de José Hugo Fernández “La novia del monstruo” y “Entre Cantinflas y Buster Keaton”.
Miami, 5 de junio de 2015.
Nunca imaginé
que un día iba a comenzar una presentación citando a José Martí. Han sido
tantos los que lo han citado para hacer el mal que me ha avergonzado siquiera
mencionarlo. Pero creo que nunca como hoy, en estos momentos de acercamientos y
definiciones, cuando se unen dos sufrimientos y muy pocas alegrías, viene como
anillo al dedo aquel adagio martiano que dice: Los hombres van en dos
bandos: los
que aman y fundan, y los que odian y deshacen.
Y hoy estamos
aquí recibiendo a un amigo que pertenece por derecho al primer bando, a los que
aman y fundan, y que por su labor periodística y literaria ha provocado que el
otro bando lo odie e intente deshacerlo.
Lo conocí hace
la friolera de 27 años, y hemos estado en las malas y en las buenas cumpliendo
aquel lema a todas luces absurdo, que se veía sobre una pared del ministerio de
comunicaciones, y que fue perdiendo letras y frases año tras año hasta quedar
incomprensible: “En la guerra, como en la paz, mantendremos las comunicaciones”.
Fue en Radio
Ciudad de La Habana, que fue la emisora de todos en buena medida gracias a él y
a su intención de transformarla y convertirla realmente en una emisora que
escuchara la gente joven e inquieta de un país que ya se estaba haciendo viejo
y cada vez menos inquieto. A él le debemos y le debo, aquella bocanada de aire
que se llamó El programa de Ramón, que tanto nos divirtió, y que tantos dolores
de cabeza provocó a las autoridades.
Después cada
cual salió a su incilio durante el período especial, y yo no esperé a que el
Papa Juan Pablo II pidiera que Cuba se abriera al mundo y que el mundo se
abriera a Cuba. Como muchos cubanos que no sabíamos el pasado que nos esperaba,
y que estaba ahí mordiéndonos los talones, salí a abrirme al mundo para
encontrarme con la Cuba que soñaba.
José Hugo
Fernández quedó allí, y su salida fue interior, hacia sí mismo, y decidió
sacarse de adentro todas las historias que había visto y soñado, y que fue
acumulando año tras año, y en un asombroso ejemplo de disciplina creadora,
escribió cada día relatos, novelas y crónicas, sin pedir nada, sin saber a
ciencia cierta si alguna vez iba a verlos publicados en forma de libros.
Triunfaron, a
la larga, su paciencia y su tesón. Y ahí
están para regocijo de todos “El clan de los suicidas”, “Los crímenes de
Aurika”, “La isla de los mirlos negros”, “Hombre recostado a una victrola”, y
los dos que hoy nos convocan alrededor de un hombre noble a quien tanta
amargura no le ha arrebatado el brillo de los ojos, ni esa manera tan suya de
reírse de las adversidades. Me refiero al libro de relatos cortos “La novia del
monstruo” y a “Entre Cantinflas y Buster Keaton”, un largo recorrido
periodístico por una ciudad, o como él mismo nos aclara en el inicio: “Estampas
sobre la supervivencia en La Habana a inicios del Tercer Milenio”.
En el primero,
hace gala de una alucinante y desbordada imaginación, y de un poder de síntesis
que le obliga a contar un mundo con el tamaño de una semilla, en lo que
posiblemente un crítico frutal describa alguna vez como “la teoría del
marañón”, que como todos sabemos, aprieta la boca pero deja un extraño dulzor
por dentro. Ejemplo de esos relatos es este que José Hugo ha titulado: “Un día
en la vida del censor”, y que dice: Se empleó a fondo durante toda la mañana en la supresión de un adjetivo
que hacía sospechoso, ante sus jefes, el contenido íntegro del libro. Por la
tarde, sus jefes le ordenaron reponer el adjetivo, pero asumiendo la
responsabilidad de que el libro no les pareciera sospechoso”.
Pero es en el
otro libro, “Entre Cantinflas y Buster Keaton” donde él ha puesto toda la carne
en el asador, y todos los adjetivos de este mundo, aunque el libro parezca y
sea sospechoso, y más que sospechoso, peligrosísimo para un estado que miente y
manipula, que reinventa la historia como en los cuentos de hadas, mientras el
país, y la capital del país se derrumban con las cañerías de la miseria y la
falta de esperanza y una fe carcomida por la idiotez humana, el totalitarismo y
las botas de quienes patean al cubano de a pie, que recorre, asombrado y
azorado, el esqueleto de un porvenir que jamás se asomó a nuestras puertas.
José Hugo narra
todo lo que sucede, se dice o se inventa en esa Habana llena de dolorosos
pícaros y aprendices de ciegos, con una mueca más o menos ácida. Con un estilo
zumbón, con la palabrería de Cantinflas y con el rostro impávido de Keaton. Y
para hacerlo agrupa estas joyitas ensayísticas según la manera en que las cuenta
o lo doloroso del tema, haciendo un homenaje a otro humorista popular, Chaflán,
que narraba algunas cosas “con sombrero”, y otras “sin sombrero”.
Aquí van
algunos títulos para que hoy vuele la imaginación de los aquí presentes: La paz
de los paisajes lunares, El pasado que nos espera, Hola y adiós a la malanga,
El chivatazo como novedad competitiva, Clarias verde olivo o La perversidad
como estatuto. Viñetas, retratos, análisis entre divertidos y angustiosos,
cantados como el aeda que cuenta los sucesos entre el humo de la batalla aún no
concluida.
Después de leer
este libro nos damos cuenta que no conocemos esa Habana de hoy, y que ni
siquiera sabemos si fue la Habana que
conocimos alguna vez. Si sobrevivirá o quedarán sus ruinas doliendo en la
memoria.
Ramón
Fernández-Larrea
Miami
Beach junio 5 del 2015
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