EL VAGON AMARILLO

lunes, 17 de agosto de 2015

Lágrimas




 Nos pasábamos horas enteras llorando. Como me fascinaba verla sollozar, ella derramaba interminables lágrimas. Al rato, yo siempre me animaba y lloraba también.
  Mil veces nos sorprendió la luz del día mientras gemíamos sin consuelo, ovillados en el huevo de un abrazo, empapados en un solo llanto, temblando de debilidad, secos por dentro e incapaces de detenernos.
  En el fondo nos quemaba la gran duda de la noche siguiente. ¿Sería aquella la última jornada de nuestra dicha? ¿Podríamos llorar la próxima noche aunque sólo fuera durante unos minutos?
  En aquel momento, los rayos del sol entraban por la ventana como agujas ardientes que intentaran incendiar la casa y hacer que saliéramos y nos entregáramos a quién sabe qué enemigo.
  Y la próxima lágrima parecía un anhelo imposible.

Ernesto Santana, del libro “Cuando cruces los blancos archipiélagos”.

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